viernes, 1 de enero de 2010

Otra más, contemporánea esta vez

Dodd: “—Una mujer fea, que no sea aficionada a fantasear, que tenga los pies en el suelo. Una mujer mayor. Una mujer mayor que haya abandona­do toda esperanza de casarse, o incluso de amar.”

Más de la Dodd: “Quiero una casa en el campo. Solo una casita, con una valla y un gato que se tumbe en mi regazo y un perro que duerma a mis pies. Un pedazo de tierra para plantar un jardín con flores y hortalizas, comida en la mesa y un poco de tiempo libre para leer los libros que no he podido leer o sencillamente para... sentarme al sol.”

Más: “Hay cosas peores que ser una solterona.”

Y: “Y sola estaré hasta el día en que me muera.”

Otra más: “Soy una solterona y es mi deber servir de buen ejemplo para vosotras las jóvenes”.

Más de Dodd: “Estás convirtiéndote en una vieja solterona con un gato.”

De Jefj Lindsay, en uno de sus “Dexter”: “Su secretaria, Gwen, una de las mujeres más eficientes de la historia, estaba sentada ante su escritorio. También era una de las más feas y serias,”

Otra, de una nueva, Cheryl Holt: “Se veía como una mujer común, demasiado rolliza y con el cabello demasiado oscuro. En una sociedad en la que se esperaba que las seño­ritas fuesen rubias y lánguidas, siempre llamaba la atención. A partir los trece años, cuando su generosa figura empezó a desarrollarse, co­menzó a sentirse torpe e inepta, una sensación que jamás la abandonó. Cuando los brutales jóvenes de la alta sociedad intentaron cortejarla, siendo aún una jovencita, habían sido hirientes: conocía muy bien la rudeza y la descortesía.
(Su propio padre fue el primero en sugerir que, como carecía de atractivos, lo mejor que podía hacer era renunciar por completo a la idea de casarse y formar una familia, y ella lo aceptó.) En las pocas ocasiones en que realmente expresó sus dudas al respecto, su padre argumentaba que había tomado la decisión correcta y Elizabeth, sin pensarlo, asen­tía. Se aferraba a la soledad y a la agradable rutina que le daba su condi­ción de solterona.”